viernes, 30 de abril de 2010

Lucía

Si tuviera que definirla precisamente diría: “Aire puro”.


Al estar a su lado te das cuenta de la contaminación que todos los días hay a tu alrededor. Con un pie en la tierra y otro en el cielo, Lucía vibra en otra frecuencia. Sus ojos reflejan un candor digno de un alma justa y limpia de culpa como la de una nena que todavía se divierte al jugar en la hamaca de una plaza pequeña. Su manera de actuar radicada en lo metafísico es conmovedora y para unos pocos. Muchacha idealista, curiosa y optimista. Desde que charlo con ella, siempre me asombró su manera de transitar la vida; muy parecida a la mía. Inclusive ante problemas serios que tuvimos, concordamos en nuestra manera de reaccionar hasta que ellos y sus ecos se fueran por completo. Lucía es tan transparente y amable que dejaría inválido cualquier intento mínimo de celos o sentimientos inoportunos. Apasionada por lo foráneo y siempre con una sonrisa, mueve lenta y relajadamente los vasos de la mesa mientras intercambiamos nuestras sinfonías de proyectos y sueños. Y entre palabras y palabras, paralelamente comienza la función: sus movimientos de manos que me mantienen entretenido. Lo más lindo es que me permite ser partícipe del espectáculo que desemboca en una especie de danza divertida y hasta algo graciosa si se mira desde afuera; nunca dejamos de mirarnos a los ojos. El acariciar su piel tersa te deja tan conforme que hace que no exista necesidad alguna de robarle un beso. Casi de madrugada, emprendemos el viaje de regreso tarareando algunas canciones de los Beatles. Es reconfortante saber que personas como Lucía no sólo existen en las fantasías; significa que el mundo todavía tiene belleza para ofrecer.

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